Cuentos



La Hoja

 
Había llovido mucho durante varios días. La terraza estaba atestada de hojas, como nunca antes.  Aunque era una tarea que usualmente hacia su esposo, Farah decidió barrerlas, porque cada vez que entraban a la casa, arrastraban parte de las hojas mojadas al suelo blanco del interior. 

Comenzó a barrer sabiendo que le tomaría un tiempo. Acababa de comenzar la primavera pero parecía otoño, por la cantidad de hojas que se lanzaba sobre el suelo. Los árboles estaban fuera de la casa  pero las ramas se extendían sobre la terraza de su hogar. 

Las baldosas estaban muy mojadas y así también las hojas. Algunas estaban secas porque acababan de desprenderse de la rama que las alimentaba. Era un día nublado y el sol no daba indicios de querer hacer su trabajo en un Caribe que ya se perfilaría abrazador.

Mientras barría, algunas hojas se aferraban al suelo. No se movían porque la combinación del agua contra la superficie de la baldosa y la forma de la hoja, producían un efecto de ventosa. Farah insistía e insistía constantemente hasta lograr que las hojas entraran en el recogedor. Poco a poco esto seguía sucediendo y el ánimo se iba caldeando lenta pero gradualmente. Hasta que una hoja se resistió, mas de lo normal, a entrar en el recogedor. 
Entonces comenzó una lucha entre Farah y la insolente hoja. Farah buscaba todas las formas de someter a aquella hoja pero se le resistía. 
      - "A mi no me vas a dominar", dijo Farah, claramente molesta.
Pero la hoja seguía inamovible.
      - "¡Pero será posible! ¡No me da la gana de bajarme a tocarte! Tendrás que entrar por las   buenas o por las malas". Exclamaba Farah, ya a punto de un ataque de histeria.
La hoja seguía en su lugar: húmeda, aferrada al suelo.  Cuanto mas tiempo transcurría en ese pulseo, el enojo de Farah aumentaba. Ya estaba gritándole a la hoja.
      - ¡TU TE VAS A METER EN ESTE RECOGEDOR O ME DEJO DE LLAMAR FARAH!, gritó furiosa mientras añadía algunos improperios.
Cuando ya estaba al borde de romper escoba y recogedor, comenzó a llover.  Farah lanzó ambos contra el suelo y se metió a la sala refunfuñando. Corrió la puerta y, desde adentro, comenzó a mirar a su enemiga a través del cristal, como diciendo: "Espera a que deje de llover y vas a ver"

Mientras observaba a su insolente enemiga, vio cómo el agua comenzó a desprenderla sutilmente del suelo y la llevaba suavemente, danzando, como si ambas se conocieran, se entendieran y se comunicaran. Así siguieron hasta que el agua posó a su amiga sobre la tierra donde estaban el resto de las plantas del jardín interior de Farah. 

Cuando dejó de llover, la calma se había adueñado del lugar.

Sólo era una hoja...
 

Nereida Aponte

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 Juego de Niños 
Era una tarde árida como todas. El sol insistía en resecar la tierra que ya estaba deshidratada. 
- ¿Quieres jugar?  Tomás se sorprendió de que aquel niño, que no conocía, le invitara a jugar.
- No vas a querer jugar conmigo, no puedo correr como los demás, dijo Tomás con cara de indiferencia. Siempre pasaba lo mismo y al final lo despreciaban.  Su corazón ya se estaba resecando como la tierra.
- ¿Por qué -dijo- no puedes correr? - Y dentro suyo, el niño sintió crecer su interés por el tullido...
- Porque estoy cojo, ¿ves? Y caminando con dificultad, apoyandose con un palo, Tomás le mostró su impedimento a aquel nuevo compañero de juegos.
- Pues entonces juguemos al médico y el enfermo, así no tendrás que correr.- Respondió aquel niño que adelantaba a Tomás por un año de edad.
Dibujando una tímida sonrisa en su rostro, Tomás asintió con la cabeza.  
Pasadas unas horas, Sara ya terminaba su tarea habitual en el río donde se reunían a diario para lavar la ropa. Recogió la canasta y la acomodó sobre su cabeza. Buscó con la mirada a su hijo y gritó:  
- ¡Tomás! ¡Tomás!
El niño venía sonriente, como un capullo florecido. Su rostro resplandecía. Un nuevo amigo, un nuevo juego, una nueva ilusión.  Cuando Sara lo vio, la canasta cayó al suelo, y mientras la ropa se desparramaba sobre el polvo seco, ella se desplomó sobre las rodillas.  Incrédula pero con los brazos extendidos, recibió a Tomás que venía corriendo.  
Lo abrazó tan fuerte, llorando profunda pero alegremente, que Tomás pareció asustarse y le dijo:
- Mamá, ¿por qué lloras?, sólo jugábamos.
- ¡Pero, qué milagro es este! - Insistía Sara - ¡Con quién, hijo! ¿Con quién jugabas?
- Con el hijo del carpintero, mamá.

Nereida Aponte

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 Practicando 

- "Esta vez han venido mas, dijo ella y agregó, "me pone nerviosa, uno de estos dias le podrían hacer daño". 

- "Quédate tranquila, mujer, sabes que desde que tenía dos años ha venido haciéndolo, primero con uno, luego otro, y luego con el de la otra especie.  Yo también me inquieté al principio pero ya es algo natural para él y parecen disfrutalo todos...", ella lo interrumpió para decir: 

- "Pero, ¡has visto cuántos son ahora! No comprendo cómo se quedan tan quietos, es que parece que lo entienden, no se mueven hasta que él se calla. Y también, parece como si esperaran a que les de permiso de irse."
Guardó silencio, entristecida, y continuó con voz suave y un tanto nostálgica, - "es tan pequeño y se comporta tan extraño, no lo entiendo" 

Comprendiendo la preocupación de su esposa, salió a buscarlo.  Al llegar al lugar donde estaba jugando su pequeño de cuatro años, observó aquel extraño grupo. Juntos y atentos, y sin inquietarse por la presencia del recién llegado, había allí frente a su hijo: once corderitos y un cabrito, todos increíblemente mansos y quietos, como si estuvieran atendiendo a aquel que les asemejaba en ternura.

Entonces movió la cabeza como quien no entiende lo que está sucediendo pero no quiere detenerse a encontrar respuestas y levantó a su  hijo. Tomándolo por debajo de los hombros le dijo muy amorosamente: "Venga ya Jesús, déjalos ir, que también tendrán que ir donde sus madres a comer".

Nereida Aponte
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La sed eterna
Faltaba poco para terminar lo que había comenzado.  Sabía que la recompensa por lo que hacía era invaluable.  ¡Qué lástima que sólo él lo comprendía!

En medio de todo el estres que estaba experimentando, quiso cerrar los ojos y recordar, volver a los recuerdos de  su niñez para encontrarse con sus amigos y revivir aquellos juegos con ellos, aquella inocencia, aquella amistad.  Todo parecía tan simple. Disfrutaba de la luz del sol, de la tierra, del viento y también del calor sofocante.  Todos los elementos eran de su agrado, pero su favorito era el agua. ¡Cuánto disfrutaba siempre que hacía contacto con el agua!  Se recordó siendo un bebé de apenas nueve meses de nacido, cómo le bañaba ella y cómo disfrutaba de aquellos baños. Una sonrisa se dibujaba en su rostro después del susto que lo sobrecogía cuando golpeaba el agua con sus manitas y las gotas se estrellaban en su tierna faz, también la mojaban a ella y ambos reían juntos, cómplices de la ternura.

La sonrisa  fue una de las mejores expresiones que veía en el rostro de las personas.
Recordó su bautismo, aquel momento en que lo sumergieron en el agua, fue tan especial ese momento de su vida; el generoso elemento le ofreció su naturaleza y le abrazó, parecía entenderlo, como lo entendía su padre.  Su Padre y El eran como uno solo.           
 - Cuanto extraño, ahora, a mi padre, pensó.

Entonces, trató de abrir los ojos, y haciendo un gran esfuerzo para respirar levantó la cabeza y dijo:
- Tengo sed 
Nereida Aponte

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Amor infinito 

A sus ocho meses de gestación ya se le hacía difícil bajarse para mover la leña. Tenía que acomodarse de lado para poder manejar los utensilios en la cocina. Al fondo se escuchaban un serrucho y un martillo turnándose en la faena cotidiana.

Se descuidó,  y no pudo evitar que la brasa le quemara la mano. Era tanto el dolor, que su vientre comenzó a moverse como si el bebé estuviese inquieto. Pero el instinto la hizo tocar su maternal esfera para calmar a la criatura, aunque con el contacto el dolor se incrementara en la mano quemada.

Como si se alentaran el uno al otro, en segundos, madre e hijo se sintieron en paz.
 

Caminó lenta y sonriente. Empujó las hojas de la ventana  con ambas manos, sin quemadura visible, y dijo, llamando en alta voz:

- ¡José, ven a comer!
Nereida Aponte
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El compromiso
Todo era emoción y alegría en la gigantesca mansión del rey. Se estaban preparando para la partida del príncipe. Era el único hijo del rey. Todos, desde el mas pequeñin de los sirvientes hasta el mayor de ellos estaban esperando este momento: El principe iba a comprometerse con su amada.


Los sirvientes caminaban de un lado a otro, los pequeñines revoloteaban por doquier jugando y riendo. Este momento había sido esperado durante mucho tiempo y al fín se materializaba.


El mismo rey habia elegido cada uno de los sirvientes que le acompañarían a su llegada. Había determinado el día y el momento en que llegaría. Era un patriarca muy organizado, cada detalle habia sido planificado por él, nada se salia de su plan. Cuando él ordenaba las cosas todo era perfecto.  Los que moraban en su reino le amaban, nunca hubo un rey como éste.  Amaba a su hijo tanto como su hijo le amaba a él, parecían uno.

El principe hizo un alto y se dirigió a todos, quienes de inmediato, prestaron atención. Echó una mirada a todos y a todo, como si fuese a extrañar por mucho tiempo lo que ahora veía, como si quisera grabar en su mente esta escena tan hermosa para él.  Respiró hondo y les dijo: "Los amo a todos, pronto estaré de vuelta". Entonces el perfecto silencio se rompió por el estruendo y la gritería de júbilo en todo el reino. Marcaba la partida del principe. Todos los vieron alejarse junto a los miles de sirvientes que le acompañaban.

Llegó de noche, como su padre lo había planificado, con un cielo cubierto de estrellas. Había una en especial que se posó sobre él, quien permanecia inmóvil y envuelto en pañales mientras miles de ángeles, junto a los pastores, decían: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad"

El Salvador habia llegado...
Nereida Aponte
















2 comentarios:

  1. Me gusta la idea de este blog. Me gustan tus cuentos, Nereida. Chapeau!

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  2. Gracias, Rafaela por tu visita. Es un privilegio para mi que una escritora como tu nos visite y deje su huella. Sabes que eres y siempre serás bienvenida.

    Un abrazo y que Dios te bendiga.
    Nereida

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